viernes, 14 de junio de 2013

La promesa (cuento andino)



LA PROMESA
Por Marisol Ticona

El séquito sombrío avanzaba hacia el camposanto, el atardecer caía sobre el lago, hermoso y lúgubre a la vez, Magdalena vestía de blanco pero su alma iba ensombrecida.  Todavía recordaba el día que Miguel retornó al pueblo, en busca de la aprobación de su madre, quien tildaba de fútil ese amor que para ambos era la esencia de la vida misma.

La tarde que marchó, ella hizo vanos intentos por evitarlo, sólo obtuvo la amarga y triste promesa de Miguel, de volver para llevarla al altar aunque para ello tuviera que cruzar un abismo.  Así desapareció por el camino y ella se sentó en la puerta en espera de su regreso, pasaron los días, las esperanzas parecían desaparecer y dejar lugar al desasosiego, hasta que al cumplirse una semana, casi envuelto en la oscuridad de la noche, Miguel regresó acompañado de una llama blanca.

Al verlo, la joven enamorada se abalanzó mas tuvo la sensación de no tocar a un hombre sino la nevada del cerro, él le sonrió y las palabras y todo lo que pensara quedaron demás.  Entraron a la chacra, el aroma de una sopa de quinua, que preparaba la vieja chola Francisca, dueña de la choza, les fue ofrecido y servido, todos comieron menos Miguel que hacía unos intentos vanos por sorber la sopa que se le escapaba de entre sus labios.

Al amanecer Magdalena se levantó y fue a atender la llama que acarreara Miguel, pero esta había desaparecido.  La anciana que la viera salir la llamó y le dijo:
  -  Escúchame, tú eres joven, tú ves y crees en lo que tus ojos ven, yo en cambio que casi piso la entrada al otro mundo veo cosas que tú no comprenderías.  Ayer mientras dormías me asomé y vi dormir a tu lado la sombra del hombre que amaste, el reflejo congelado de lo que fue, porque a veces el deseo de los hombres sobrepasa la muerte y permanece hasta hacerse realidad, -  Magdalena se estremeció con las palabras de la anciana – si realmente amas al hombre que te hizo la promesa, vístete de blanco y baja a la iglesia con él, antes de llegar a al iglesia te encontrarás con un río, tira dentro un peine, un espejo y una sajraña[1], luego adelántate y sin mirar atrás llega al altar de la iglesia.

Magdalena entró a la choza vio a miguel aun dormido, era él pero debía aceptar que en sus ojos ya no encontraba la esencia de lo que fue.  Entonces despertándole, le  convenció de cumplir la promesa, y cuando el día estaba en pleno bajaron al pueblo, y al acercarse al río ella cruzó primero dejando caer las cosas que le indicó la anciana.  Y Miguel que ya no veía las cosas como los demás, vio en el río al peine como un inmenso enrejado y al espejo como un gran abismo, y mucho más aterradora a la sajraña como una gran enredadera que le cerraba el paso. 

Desesperado vio a dos hombres que venían a pasar el río y fingiendo no encontrarse bien se hizo ayudar a cruzar el río.  Y cuando llegó al otro extremo se convirtió en un viento furioso perdiéndose por el camino, tan rápido que los viajeros asustados se persignaban, sin comprender nada.

Magdalena, mientras, rezaba frente al altar, Miguel transformado otra vez en la figura humana, llegó a la iglesia y caminó al altar.  En ese mismo instante, él cayó pesadamente frente al altar, con el rostro ya descompuesto, como si lo hubieran sacado de la tumba misma.

La gente del poblado pronto se enteró de lo sucedido, Miguel había muerto hacía una semana victimado por sus progenitores, que confundiéndole con un ladrón lo habían apaleado hasta matarlo, pero hoy yacía su cuerpo exánime frente al altar.  Destaparon la tumba y dentro de ella hallaron una llama blanca pero no así el cuerpo del infausto enamorado.  Y entre la gente del poblado, por un largo tiempo, cada que moría alguien, se lo perdonaba y liberaba de toda promesa echa en vida, para que nunca más alguno se condenara por una promesa.

No sólo de amor vive el hombre, reza la leyenda, pero tal vez el amor sobrevive al hombre mismo.


[1] Especie de cepillo rústico

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