miércoles, 30 de julio de 2014

IV. El pasado del capitán Dumont




En 1632 la Francia, estaba en plena etapa de cambio, un año antes el cardenal Richelieu subvencionaba la marcha de Alemania por el defensor de la causa luterana Gustavo II Adolfo, rey de Suecia, quien luego usaría tropas francesas en parte de la guerra de los treinta años,  mientras que internamente Francia experimentaba una crisis, era, tal vez, los inicios de lo que mas tarde sería llamada la Fronda.  Dentro de estas crisis internas la gente más pobre era azotada por el hambre, sus hijos mandados a una guerra de territorialidad de la cual muchos no volvían, ese era el mundo donde el capitán Dumont nació.

Pasado el noveno mes de ese mismo año en un pueblo cercano a la ciudad de Paris, llamado Ashierese, apareció un día un carruaje elegante a las puertas de una posada, una dama de elegante pidió hablar con los dueños de la posada, una pareja de esposos que atendía el lugar se le presentaron prontos a ofrecer servicio a tan ilustre dama.
-          Oíd bien que necesito vuestros servicios, os aseguro que seréis bien recompensados – dijo mirando las expresivas miradas de ambos personajes
-          ¿Decid señora?
-          Os dejare este niño a vuestro cuidado – y señalo a la mujer que iba detrás de ella con un infante en los brazos, la dama tomo al niño, que hasta entonces era cuidado por su aya.
-          ¿Qué debemos hacer con él?
-          Yo enviare dinero, el suficiente para ustedes y para él, no preguntéis el porque, tampoco lo comentéis, si alguien pregunta, decid que el niño es vuestra familia y yo regresare por el dentro de cinco años.  ¡Pero cuidad que nada le pase! ¡Mirad que lo pagaréis con vuestra vida!
-          Señora habrás de saber que somos buenos servidores, leales, y procuraremos cumplir vuestras órdenes
-          Tomad – y entrego al niño en los brazos toscos de aquella mujer
Y subiendo al carruaje, la dama observó por la ventanilla al niño, temiendo arrepentirse ordenó al cochero partir.

La pareja de posaderos, hizo lo que aquella dama les había ordenado, y viendo el dinero no hablaron demás, a pesar de que cada día que pasaba, se notaba en el pequeño los tintes de realeza que llevaba en la sangre.

Pero sucedió que en mayo de 1635 Francia, aun con el cardenal Richelieu al frente, declaró la guerra a España, desde ese instante el dinero mandado antes con puntualidad, fue llegando más irregularmente cada vez, hasta que después de tres meses ya no hubo más dinero, sólo dos cartas, una para la pareja de posaderos y otra para aquel desdichado infante, a quien al parecer era alejada por la guerra.

Los posaderos sorprendidos por esta misiva, la abrieron y dentro de ella las letras dibujadas con apuro de la dama quien tres años atrás les dejara al niño, la cual decía
La guerra me aleja del niño al cual os dejé, esta carta, si llega, es el último auxilio que le puedo ofrecer.
Suplico una última caridad a ese niño.  Comprendo que sois pobres y que no podréis cuidarlo, id a Paris y buscad al padre Vicente, en la iglesia de Vanves, entregad al niño y decidle que una madre desesperada os lo manda, le dejareis con la otra carta.
Si mis palabras ofendieron en alguna ocasión, olvidadlas por misericordia a ese niño, no lo abandonéis a su suerte

Aquella pareja sin hijos propios vieron en el pequeño al primogénito que jamás habían tenido pero con mucha pena a causa de la carencia del dinero tomaron al niño y aun con pesar lo llevaron a Paris; como se los indicaba la carta rumbo a la iglesia de Vanves, buscaron al padre Vicente mas un padre sesentón llamado Lazaro, lo había sustituido, ellos sin saber que decidir explicaron los motivos por los cuales venían a buscarlo, el padre desconfiado en principio les señaló:
-          ¿En verdad no me engañáis? Abandonar a un niño es una simonía imperdonable.
-          Líbreme de tal falta el cielo – expresó con sobresalto la mujer, mientras se santiguaba – hemos traído la carta de la señora como prueba y otra que no hemos abierto, y en este saco le traemos la ropa con la que el niño nos fue dejado.  Además si fuera nuestro, jamás le abandonaríamos pues no tenemos hijos mas la pobreza no nos deja retenerlo junto a nosotros pues moriría de hambre.
-          Oigo sinceridad en tus palabras, dejadme entonces al niño, os prometo cuidarlo, si bien este clérigo que hoy veis no es rico al menos no le faltara educación y alimento.
-          Padre – agregó el hombre que permaneció en silencio hasta entonces – Esta cruz con la que no puedo quedarme, no sabiendo qué es de este pobre infeliz, que quien sabe si volverá a ver a su madre, ella la envió con la última carta – sacó una pequeña cruz  de plata, la cual presentó al padre – detrás de la cruz hay unas iniciales, espero que vos le entreguéis cuando sea adecuado entregársela, si es que la madre no viene a recogerlo pronto, tal vez el hijo pueda ir a buscarla.
Recibió al infante en brazos, un niño de casi tres años, que extendía los brazos hacía la tosca mujer, como pidiendo que no le dejara, ella contenía las lagrimas mientras se despedía.
-          ¿Cómo lo habéis llamado? – preguntó el padre Lazaro – bajo algún nombre debisteis bautizarlo.
-          Tenía una medalla con las iniciales J.F., como la señora no nos ha mencionado su nombre, le hemos hecho bautizar como Jean Francis – respondió la mujer
-          ¿Y qué ha sido de tal medalla?
-          La hemos vendido a un caballero, para poder venir a Paris, ya que no teníamos medio por el cual llegar
Luego ellos marcharon y el niño en medio de su amargura contenía las lágrimas como si se resignarse a ser abandonado nuevamente.  Ya solos, el padre llevó al niño a su habitación y buscando en el saco encontró entre las ropas del infante una hoja que parecía desgarrada de un libro, escrita hasta la mitad con letra elegante.
Hoy 5 de septiembre del año 1632, el día que nuestro Señor me ha otorgado el regalo más preciado, tu existencia, percibo en la luz de tu mirada la lejana sombra de tu padre, él ya ha partido, y tú has quedado.  Aun no sé porque acepto que os alejen de mi, más en cambio entiendo que lejos estas en libertad de vivir, algo que a mi lado se te podría negar.  Tal vez jamás llegarás a comprender esta decisión, me alejo, sí  en presencia mas no en pensamiento...

No existía firma, ni sello, pero en la segunda carta si lo había, y no se atrevió a violar el secreto que guardaba, y que sólo aquel niño tenía derecho a hacerlo.

En el año de 1638, la noche del  5 de septiembre cuando Jean Francis cumplía seis años, se dio la noticia de que la reina Ana de Austria había dado a Francia el Heredero de la corona, un hijo varón el cual pudiese suceder a la corona cuando faltare Luis XIII.  El padre Lazaro enterado de la noticia y con el bullicio en las calles de Paris, se dirigió presuroso a la cama de Jean Francis, quien dormía placidamente a pesar del ruido que provocaba el alborozo de la gente
-          Observad como duerme este inocente ajeno a que tiene nuevo rey. 
Alumbro  su rostro con la pálida luz de una vela, pero el sueño de los inocentes es tan profundo, tan sereno que no despertó.

Pero pasado el alborozo, todo volvió a la normalidad, la guerra continuaba y en el frente de lucha la noticia era un aire fresco para los soldados que exponían su vida, ahora con la certeza de un nuevo porvenir con un futuro rey, una guerra más de territorialidad, donde eran los soberanos quienes movían a su gente como piezas de ajedrez prontas a ganar o  perder.

Y como la guerra, también la vida, no todo permanece en un orden inquebrantable es así que el invierno de 1640 el padre Lazaro dejaba este mundo, quedándose Francis en la completa soledad, con un nuevo padre en la iglesia, el cual pasadas dos semanas del entierro del padre Lazaro, hecho a Francis a la calle, alegando:
-          Este no es un hospicio para indigentes y huérfanos, un niño de tu edad deberá valerse por si mismo 
Aunque tenía ocho años, Francis poseía un carácter muy rebelde, orgulloso y sin necesidad de pedir nunca jamás tomó las pocas cosas que conservaba, entre ellas la carta y la cruz, que el padre Lazaro le había entregado antes de morir; pero al salir el nuevo párroco tomo de los hombros a Francis y revisando las cosas que llevaba encontró la cruz de plata, como la avaricia humana es tan grande pensó en quedársela y arrojó a Francis a la calle.
-          ¡Y da gracias que no te acuso con la guardia de ser un ladrón!
-          ¡Devolvedme mi cruz! – gritaba Francis, quien luchaba vanamente por quitársela, pero siendo un niño enjuto y sin fuerzas para oponerse a un cuerpo tan inmenso como lo era aquel padre regordete y casi por completo calvo
-          ¡De donde un huérfano podría ser dueño de una cruz de plata!, ¡Patricio! ¡Patricio! -  gritaba al capellán de la iglesia – echad a este pequeño ladronzuelo, antes que mi generosidad se pierda y llame a la guardia
-          Pero su ilustrísima, es sólo un niño
-          He dicho.
El padre entro dentro de la iglesia, y Francis vio que se llevaba la cruz, trato de correr para recuperar la cruz, símbolo perdido de una vida pasada, pero el piadoso capellán lo tomó por la cintura y lo levantó, a pesar de los intentos de liberarse de Francis, lo llevó lejos de la iglesia, Francis al ver perdida tan preciada prenda se prorrumpió en lagrimas las quejas que no salían de dentro suyo, entonces Patricio le liberó y trato de consolarlo
-          Si tuviese una casa que ofreceros, os llevaría, pero no la tengo, ni siquiera una familia, vivo en la iglesia como sabéis y no tengo nada que ofrecer, tomad vuestras cosas e idos tan lejos como podáis de aquí, si el padre Bourenfly os ve, puede que cumpla su palabra y llame a la guardia, mejor estar libre que ser un niño dentro de las mazmorras con gente insana que os lacraría vuestra vida.  Tomad -  y saco unas monedas de su bolsillo – es todo lo que poseo, pero al menos no pasareis hambre por un tiempo – y sacándose la bufanda que llevaba se la paso por el cuello y con un abrazo despidió a aquel a quien ya no podía ayudar – no olvidéis jamás todo lo que el padre Lazaro os ha enseñado y perdonad no poder hacer más.
Para no sentir mas culpabilidad de la que sentía dejo al niño atrás y se alejó corriendo, tal vez para no apesadumbrarse.

Pero los inviernos son duros y las pocas monedas desaparecieron como el calor en pleno invierno, para un niño de ocho años jamás enfrentado con la vida de esta manera, fueron los primeros aires fríos que más lo asustaron y se vio de cara con los indigentes, con lisiados que la guerra iba dejando. Toda el hambre del pueblo crecía y los enfrentamientos de gente en las plazas por comida eran como observar a una jauría de leones destruyéndose entre si para obtener parte de un botín, que al final no era casi nada, dentro de su soledad y el miedo que sentía vio la carta a la que jamás sintió necesidad de leer, una esperanza era lo que hizo romper el sello y leer la carta, para después derramar más lagrimas, consecuencia de la rabia, de no haber encontrado nada útil, tiró la carta al piso y con la violencia del huérfano abandonado que era, la piso una tras otra vez, para luego recogerla y usarla para secar sus lagrimas, doblándola luego y guardándola con cuidado, como si esperase aun que algún día le sirviese.

Días enteros caminando, buscando la piedad de la gente, pero los ricos siempre son más ricos cuando la pobreza de los pobres crece más, la comida que echaban de palacio era la disputa de las noches pero era un niño débil para pelear.  Dentro de su sangre existía algo que le volvía tan orgulloso que no mendigaba, pero después una semana de comer y sin otra opción que hacerlo, se acerco caminado a la catedral de Notre Dame, donde solían asistir a la misa gente de noble posición social, con dinero; pero los guardias que custodiaban las puertas no dejaron que pasara, sin fuerzas para luchar se sentó oculto detrás de las graderías, con la esperanza de que al salir alguien le echara una moneda.

Después de media hora fue reuniéndose gente, como si algo fuese a pasar, Francis observó la plaza antes vacía, ahora llena de aquellos que como él, tenían hambre y de esta pequeña aglomeración salió un grito
-          ¡Mueran los burgueses! ¡Mueran los cortesanos!
-          ¡El pueblo muere mientras ellos viven! – agregó otra voz
Los murmullos crecían y la gente se iba arremolinando sobre la catedral, como un estallido de protestas, los guardias mosquetes y armas en mano se preparaban a defenderse, Francis creyó que iba a terminar en medio de la revuelta, entonces comenzó una especie de lucha entre unos que deseaban ingresar a la catedral y otros que se oponían a ello, comenzaban a caer heridos de los dos bandos, pero sorpresivamente el galope de un caballo y la voz de un hombre contuvo a la gente
-          ¡Deteneos! –exclamó con viva voz
-          Por que hemos de detenernos, cuando nos veis morir, al menos moriremos luchando
-          Una lucha entre franceses, no es lo que necesitamos, pensad en vuestros hijos y vuestras familias, luchando al frente, muriendo pensando en la paz de vosotros, dejareis que mueran inútilmente, ¿Moriréis por un poco de pan?
-          ¡Nos morimos! ¡Que nos importa lo demás!  ¡Tenemos hambre!
-          Eso no puedo arreglarlo yo, las provisiones van al frente, si queréis comida entonces pedidla, pero vuestros hijos serán quienes mueran de hambre en el frente de batalla
-          ¡Y vos quien os creéis para deteneros! – gritó una mujer
-          Soy el cabo Edmond Dubois, guardia al servicio de su majestad, y juro que si alguien se atreve a profanar este sagrado suelo he de atravesarle con mi espada, tened un poco de respeto para con la iglesia.  Sin en algo teméis el profanar esta casa santa, retiraos.
Parecía tener algo de efecto las palabras dichas por aquel, si bien la gente tenía hambre, tenía más miedo de lo divino, y por ello algunos se retiraron mientras que otros lo hicieron por miedo a la figura de ese cabo, quien no se movía de la puerta de la catedral.

Así paso aquella jornada, pero todo lo sucedido apaciguo los ánimos de la gente por algunos días;  hasta entonces Francis había vagado por la ciudad en busca de algo que comer, pero la empresa se le hacía mas difícil, por el aspecto que había tomado a lo largo de las semanas que había pasado en la calle, sucio, con la ropa gastada y vieja, ya sólo inspiraba el desprecio de cualquier dama o caballero que pasara, insultándolo y tratándolo de ladrón.

Se vio en la necesidad de juntarse a niños, que como él buscaban su propia subsistencia solos, le enseñaron a ser la cencerro del grupo, solía gritar o hacer alguna cosa para avisar del peligro a los otros, quienes expertamente lograban sonsacar a los dueños de hosterías y mercaderes de sus pertenencias; cuando había un buen botín él recibía algo más de alimento, mientras fuera lo contrario solo recibía las sobras, si existían, de la comida del día.

Después en septiembre de 1641, cuando irónicamente el mismo día del aniversario del príncipe, Francis celebraba su cumpleaños en medio de la miseria, en medio de pequeños ladrones, quienes para celebrar le propusieron ir a la plaza donde se hacían grandes preparativos para que el pueblo festejase el aniversario de su majestad, entonces como ya era costumbre los ladronzuelos se situaron de forma estratégica en medio de la gente, y se pusieron manos a la obra, pero no adivinaron el mal día que les esperaba, pues al primer intento de robo los ojos de un ciudadano atento lograron prevenir a los soldados, muy tarde fue la alarma que Francis quiso dar, en un instante los guardias lograron agarrar a algunos mientras que otros corrían en medio de la gente, Francis también corrió, al lado suyo, un niño compañero de aventuras corría e insultaba a los guardias, por un momento se sintieron a salvo, y dejaron de correr:
-          Observad Jean, jamás nos atraparán – le dijo con una sonrisa – no hay nada de que preocuparnos.
No terminaba de decir esto cuando el silbido de una bala cruzo el aire, estrellándose sobre el cuerpo pequeño de aquel niño, la sangre salpicó a Francis y este vio caer el cuerpo ya sin vida del compañero de aventuras, trato de reanimarlo pensando que estaba herido, pero no se movió, los ojos antes despiertos a la vida ya estaban cerrados para siempre, miró hacia atrás, el guardia que había disparado se acercaba presto a atrapar al que había quedado.  Jean Francis fijo su mirada y guardó en su memoria el rostro de aquel soldado, sabía que ya estaba sobre él y si corría el guardia le dispararía, entonces vio una piedra al lado del cuerpo del muerto, la cogió disimuladamente y cuando el asesino aquel estaba a una distancia prudente Francis arrojo la piedra con todas sus fuerzas, la piedra se estrello en el rostro del hombre él cual cayo al suelo, ocasión que aprovecho para correr sin detenerse, cuando cruzó más de la mitad de la ciudad se sintió salvo, pero permaneció alerta, siempre dándose vuelta, esperándose encontrar con el rostro de aquel hombre. 

Entonces ya no quiso robar, se dormía oculto tras de alguna gradería o debajo de algún puente, pero ya jamás lograba tener el sueño tranquilo, pues cuando cerraba los ojos escuchaba el disparo otra vez y en esta ocasión el muerto era él.  Se paso así por dos semanas, cuando volvió temerosamente a entrar a las plazas para pedir limosna, pero no hubo suerte.  Paso así que después de unos dos días se formo una nueva revuelta cerca de palacio, Francis quien pasaba por ahí sin sospechar nada, se vio en cuestión de segundos enfrascado en medio de una lucha entre soldados y gente de las villas pobres de Paris, le acometió el miedo cuando los guardias empezaron a disparar, trato de escapar pero la gente no le dejaba, quiso correr pero tropezó, la vista se le nubló, finalmente las fuerzas lo habían abandonado. En medio de la calle una carroza apareció a todo galope, la multitud empezó a hacerse a un lado, pero Francis totalmente indefenso en medio camino ya solo esperaba el golpe final, morir arrollado por una carroza, cerró los ojos victima del hambre, del desaliento.  Cuando de pronto oyó el relincho de un caballo y sintió como si se elevara,  unos brazos lo arrastraban a un lado del camino, con lo ultimo de las fuerzas que tenía abrió los ojos y se vio en los brazos de un hombre, quien le sonrió, después cayó en el mismo letargo que la debilidad le había provocado.

Cuando se despertó sintió la suave comodidad de una cama bien mullida, miró alrededor de él y se encontró en una habitación que trascendía a limpio y fino, pensó si tal vez soñaba, si era así no quería despertar; por una de las ventanas se escabullían los alegres trinos de las aves y el olor a flores.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Agradecemos tus comentarios, criticas constructivas, no olvides poner tu nombre y nos gustaria que compartas este contenido en tus blogs o en alguna de las redes sociales que frecuentas. :)